El deber por el deber no funciona, si no se humaniza: la compasión de Concepción Arenal

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El término compasión deriva del latín, de la palabra cumpassio, que significa acompañar o sufrir juntos.

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La compasión es un sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Es sin duda una cualidad que impulsa a las personas a estar conectadas con el resto, por tanto, es innegable su valor social.

Las personas compasivas tienen la capacidad de ponerse en el lugar de otras personas y de sentir -casi como propios- sus problemas y dificultades; sobre todo las dificultades de aquellas personas o colectivos vulnerables y blanco fácil de culpabilizaciones, críticas, injusticias y desigualdades.

Un exponente de la compasión es la filósofa Concepción Arenal (1820 – 1893), que dedicó gran parte de su vida a hacer denuncia social: las deplorables condiciones en la que se vivía en las cárceles españolas, sin un ápice de enfoque de la reinserción (…); la miseria en las casas de salud o la mendicidad y la condición de desigualdad en la que se desarrollaba la mujer en la sociedad del siglo XIX.

Hoy día, el trabajador social y profesor de la Universidad Pública de Navarra, Francisco Idareta Goldaracena, ha rescatado a través de su libro: “Concepción Arenal: reformadora social y moral desde la compasión” (2020), el papel de Concepción Arenal en su lucha por la defensa de los primeros derechos humanos en España (antes de la propia Declaración Universal), así como por la defensa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, incansable feminista -también antes de que surgiera este término para designar la lucha social organizada de las mujeres por la igualdad- con la única intención de visibilizar y dignificar la contribución de la mujer a la sociedad.

Idareta destaca el rol de Arenal como primera trabajadora social dentro de la historia del Trabajo Social en España, a la que iguala -en términos de notoriedad para la profesión de trabajo social- a figuras como Mary Ellen Richmond y Jane Addams, y que colaboró en la definición de una ética global de mínimos (umbral de mínimos morales) que deben perseguir todas las sociedades y gobiernos para garantizar unos mínimos de calidad de vida para que todas las personas se sientan reconocidas con dignidad: lo que hoy conocemos como bienestar social.

La Compasión Arenaliana, como acción transformada en sentimiento. es la que da sentido al deber, para que pueda practicarse. Si no se da esta compasión -que justifica y precede a los deberes normativos para que la sociedad funcione y para que haya una ética de mínimos global (dignidad para todos y todas) – no se garantiza su cumplimiento, el cumplimiento del deber.

«El deber por el deber no funciona, si no se humaniza» – afirma Idareta.

Todos los deberes se razonan, pero van al sentimiento, y del sentimiento a la razón. La compasión tiene también una dimensión social (cada cual tiene un deber en función de su situación social) y una dimensión política, ya que afecta a los asuntos de los seres humanos. La compasión es necesaria para garantizar el deber moral hacia la ciudadanía, para establecer una ética de mínimos global que proteja a todas las personas, por el sólo hecho de serlo. Lamentablemente, esta ética de mínimos sigue siendo hoy día un motivo de lucha y reinvidicación social, aunque este anhelo no sea igualmente compartido por todas las fuerzas políticas presentes en el escenario mundial.

Inmaculada Asensio Fernández.

Manifestaciones del Síndrome de Burnout según la profesora Christina Maslach, y algunos consejos para afrontarlo

La estadounidense Christina Maslach es psicóloga y profesora en la Universidad de California. A sus 74 años es una de las mayores investigadoras del síndrome clínico de Burnout, que nace en EE.UU., a mediados de los años 70, para describir las reacciones adversas caracterizadas por una sensación importante de agotamiento psíquico y estrés en el ámbito de los servicios sociales, más concretamente en profesionales de la salud mental. El Burnout tiene importantes implicaciones para las personas que lo padecen en cuanto a su identidad profesional y sus conductas en el trabajo.

Maslach es la autora del instrumento de investigación más utilizado para la evaluación de este síndrome, el Maslach Burnout Inventory (MBI). Ella es quién acuñó el término de Burnout para describir este fenómeno caracterizado por el agotamiento psíquico -por tanto con grandes implicaciones emocionales, y las tensiones laborales observadas entre los y las profesionales de la salud mental.

Según esta autora, el Síndrome de Burnout tiene 3 dimensiones sintomatológicas:

  1. Agotamiento Emocional.

Esta dimensión afecta individualmente a quién la padece, y hace referencia a la percepción que tienen las personas de quedarse sin recursos ni energías, manifestándose a través de síntomas físicos y emocionales como irritabilidad, ansiedad y cansancio.

  1. Despersonalización o Cinismo.

Esta dimensión afecta a las interacciones de la persona que la padece, es interpersonal, y se manifiesta a través del desarrollo de actitudes negativas e insensibilidad hacia las personas con las cuales el trabajador se relaciona laboralmente, derivando en conflictos y aislamiento. La presencia de esta dimensión representa, de manera especial, un impedimento para quienes ejercen profesiones de ayuda y servicio a personas, como puede ser el trabajo social, dada la necesidad de conexión, contacto y empatía que le son propias.

  1. Disminución del Desempeño Personal o Falta de Realización Personal.

Esta dimensión afecta a la auto-percepción de quién padece el síndrome y se relación con la falta de realización personal en el trabajo, y a la disminución de los sentimientos de competencia y éxito en el trabajo. Hay, por tanto, una tendencia a auto-evaluarse negativamente, por la cual disminuye el sentimiento de competencia personal y la sensación de progreso personal.

Algunas estrategias para manejar el Burnout pueden ser:

1. Buscar apoyo social

  • Mantener relaciones sociales es un antídoto natural que contribuye a la mejora del agotamiento emocional y el estrés por Burnout.
  • Trata de ser más sociable con los compañeros de trabajo. Entablar amistad con personas con las que trabajas te puede ayudar a amortiguar el agotamiento por el trabajo.
  • Si crees que tus amistades actuales, o bien son insuficientes, o no te llenan demasiado…, haz lo posible por conocer/construir nuevas amistades.

2. Cambiar hábitos personales

  • Intenta cambiar la queja por la realización de cosas que te aporten: cambia el Chip.
  • Agradece todo lo bueno que hay en tu vida y en tu trabajo, seguro hay cosas buenas.
  • Trata de dar valor a las cosas que haces.
  • Expresa lo que te sucede, ábrete con personas de confianza, pero no te regodees en ello, pues es tóxico para ti y para los demás.
  • Descansa diariamente de las rutinas y trabajo e incorpora el ocio.
  • Duerme bien.
  • Investiga para crear estrategias de autocuidado en tu trabajo; por ejemplo: no critiques, no te dejes llevar por pensamientos de desidia, incorpora pequeños cambios en el horario de trabajo como escuchar música suave, pide un cambio de funciones o de puesto, si puedes…, etc.
  • Si sientes que no logras hacer pequeños cambios, pide ayuda profesional: acude a terapia.

3. Trabajar el cuerpo para mantener a raya la mente

  • Haz deporte, al menos durante 30 minutos al día.
  • Puedes ir a un gimnasio o a la piscina.
  • Puedes caminar diariamente media hora.
  • Puedes bailar, bien en una academia o grupo de baile, o puedes ponerte música en casa y bailar.
  • Puedes practicar Biodanza, que es expresión de emociones en movimiento a través de la música.

Inmaculada Asensio Fernández.

Referencias:

Olivares, V. (2017) Laudatio: Dra. Christina Maslach, Comprendiendo el Burnout. Consultado en:

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-24492017000100059

Guerri, M (2020) El Síndrome de Burnout: prevención y tratamiento. Consultado en: https://www.psicoactiva.com/blog/sindrome-burnout-prevencion-tratamiento/

Profesionales del trabajo social que ven más allá de lo aparente

mujer

Christian Schloe, ilustrador.Tomado del twitter de laura franch.

Hace años que escribo en este blog de trabajo social, pero fue a mediados del año pasado cuando me propuse dejar rastro de cada profesional que encuentre en mi camino que me parezca que da muy bien la talla en sus intervenciones sociales. Y lo hago –no por generosidad ni para dorar la píldora a nadie- sino por una cuestión medioambiental: para contrarrestar los efectos nocivos provocados por esos otros y esas otras profesionales que están absolutamente quemadas, con un bajísimo nivel de exigencia y con una actitud de total despersonalización y desinterés hacia las personas que atienden.

Ejercer la profesión de trabajo social con pericia exige desarrollar habilidades para percibir el trasfondo de muchas situaciones que no son fácilmente accesibles por medio de una primera impresión; y esto se consigue gracias a una buena formación -académica y continuada- pero sobre todo gracias al interés sincero por la situación que atraviesa cada persona con la que se interviene.

Una persona es el conjunto de muchas experiencias vividas y, desde luego, es complicado tomar decisiones en base a una única instantánea, tomada en una entrevista en un despacho o en una visita a domicilio.

Se pueden cometer muchos errores si observamos las situaciones desde una perspectiva lineal, quedándonos sólo con las minucias que saltan a la vista fácilmente, sin hacernos preguntas, y sin atender pequeños detalles ligeramente contradictorios respecto a la imagen que ya nos habíamos conformado de la persona y sus circunstancias, antes de conocerla personalmente.

Hace unos meses tuve la suerte de tropezar con una persona de esas que tienen bien desarrollada esa capacidad de ver más allá de lo aparente, más allá del relato apresurado durante los primeros 30- 50 minutos de una intervención, o del resumen recibido de manos de otro colega profesional que ha tenido algún contacto con la persona usuaria y ya se ha formado un juicio de valor sobre ella, seguramente sesgado.

Esta profesional me mostró su enorme talento para acercarse al otro como si fuera un lienzo en blanco, sin ideas preconcebidas y con la intención clara de averiguar lo que sucede y cómo se le puede ayudar. Albert Espinosa denomina a estas personas como ´amarillos´, en el sentido de sujetos positivos capaces de generar grandes cambios en las vidas de otras personas, a través de su impulso y motivación.

Esta profesional es trabajadora social del Instituto Almeriense de Tutela y su nombre es Purificación Fernández Reverte. Gracias a su ojo clínico, he podido conocer los beneficios reales de intervenir con una persona desde el prisma de las posibilidades, y no desde la losa de las limitaciones y precariedades que llegan en una rápida visual . Ella huye de planificaciones rígidas. simplistas y cómodas, aún con el esfuerzo que supone, y se empeña en acercarse a la persona desde una actitud de profundo respeto y tratando de generar opciones de bienestar.

Toda persona inmersa en una relación de ayuda, máxime si está tutelada por una institución, debería contar con toda la información sobre su proceso, las posibles alternativas para mejorar su proyecto de vida y -sobre todo- información veraz sobre los derechos de acceso a los recursos públicos, independientemente de las listas de espera o de las posibilidades reales de acceso a los mismos en un tiempo razonable. Siendo conocedores de sus derechos, pueden tratar de ejercerlos, bien a través de los cauces normalizados, o estableciendo las reclamaciones oportunas, tal como marcan las normativas.

Purificación Fernández Reverte es una trabajadora social de raza que, en lugar de juzgar de manera apresurada, se hace preguntas, se cuestiona cuál es el tipo de información que falta para completar el complejo puzzle de la situación problemática, incluso de “marginación o exclusión” en la que está inmersa una persona. No busca atajos ni etiquetas que reduzcan los detalles biográficos de la historia social de un ser humano; ni se ayuda, para economizar esfuerzos, de expresiones del tipo: “es un diógenes”, “esta persona no quiere ayuda”, “con esta persona no se puede hacer nada, sólo dejarla tal como está porque vive bien a su aire”, “esta persona no limpia la casa porque no quiere, le gusta vivir así”… Ella huye de explicaciones fáciles y apuesta por el pensamiento complejo, uniendo detalles y observando las circunstancias desde una mirada nueva. Esta capacidad de reflexionar y discernir que tiene Purificación me lleva a considerar que si hubiera muchas profesionales como ella, sin duda este mundo roto sería mucho mejor lugar para vivir, sobre todo para las personas más vulnerables.

Hoy mi entrada de blog la dedico a estas personas, que ven más allá de lo aparente y conectan con el pensamiento complejo para tratar de buscar alternativas de ayuda a los demás.

Inmaculada Asensio Fernández.

La sonrisa de la mujer ante la ofensa

lisa simson

Lisa Simpson

Estuve en una conferencia de una compañera psicóloga que trabaja en un equipo de salud mental comunitaria en Granada, que expuso durante su intervención que hay bastante bibliografía dedicada a las ofensas que soportan las mujeres, en forma de bromas soeces y machistas, a las cuales responden con una simple sonrisa. Sin embargo, en realidad esa sonrisa no hace la función de sonrisa que todas las personas conocemos, sino que es una respuesta social aprendida para tragarse algo muy molesto, y a la par mantener una falsa calma, para no dar la nota en una situación social.

Las mujeres adultas de este momento histórico hemos recibido una educación patriarcal desde niñas, y durante muchos años hemos tolerado comentarios y expresiones soeces, maleducadas y machistas, incluso en contextos profesionales, pero en todas las situaciones completamente fuera de lugar. A muchas nos han educado para reprimir acciones y emociones (sí, sí, incluso los estornudos nos han enseñado a refrenar, poniendo un dedo debajo de la nariz justo antes de la expulsión violenta e involuntaria de aire de los pulmones). Toda esta negación de la expresión supone una vulneración de nuestra autonomía y del ejercicio de la asertividad.

Justo ahora me llega un recuerdo muy gráfico alusivo a la sonrisa de una mujer ante una agresión, y se sitúa en un lapso de tiempo de unos 8 años atrás aproximadamente:

Una mujer, dedicada profesionalmente a la práctica médica, se encuentra en presencia de un colega profesional de mayor edad -ella unos 45 y él unos 60 años- ambos con el mismo nivel de responsabilidad. Están desayunando sentados a la misma mesa, yo también estoy presente, así como dos compañeros más de trabajo. Las únicas mujeres en la escena somos esta médica y yo.

De repente, el colega profesional de 60 años se dirige a los dos hombres que hay en la mesa para hacer un comentario sobre el físico espectacular de otra compañera que está en el mismo departamento, una mujer de unos treintaypocos años… Y dice, literalmente: “mejorando lo presente, esta mujer está buenísima, es que es espectacular, es que dan ganas de…”. En ese momento, mira a su homónima compañera de puesto y añade algo así como: “ya sabes que yo de ti no digo nada, porque tú para mí eres como una hija, nos conocemos desde hace muchos años”.

Fue vulgar, soez, baboso, infinitamente desagradable e inapropiado. Le faltó decir que quería meterse en la cama con ella. 

Yo observé la escena en silencio. Sentí vergüenza ajena y me tragué un sapo enorme, pues no dije nada para evitar una discusión o una situación incómoda. Puntos suspensivos.

Esta médica, por su parte, tampoco dijo absolutamente nada, sólo lo miró fijamente en silencio, con una sonrisa inexpresiva, tipo Gioconda. Yo percibí claramente la tensión de la escena. Esa sonrisa escondía muchas palabras tragadas, seguramente para no desentonar socialmente, muchos sapos de gran tamaño, envueltos en esa curvatura hacia arriba de la boca, en un gesto auto- envenenado.

Espontáneamente se cambió de conversación y se corrió un tupido velo. Ese día me fui a casa sintiéndome mal y nunca lo he olvidado.

Es muy lesivo sentirse violentada en una situación social y encima sonreír para lidiar con elegancia (o eso nos han enseñado) con esa situación ofensiva, para no quedar mal nosotras.

¿En serio? De verdad es demencial.

Conforme voy cumpliendo años me resulta más fácil mostrar mi desagrado en contextos sociales, pero sobre todo desde que decidí incorporar la perspectiva de género en mis inquietudes formativas y en mis lecturas. Erróneamente, muchas veces se piensa que siendo mujer y “modernilla o guay” (puntos suspensivos), no es necesario adquirir este tipo de conocimientos, pero una vez empiezas a interpretar el mundo con otro marco, desde un enfoque de género, te das cuenta de que no sólo es conveniente, sino que es insoslayable para alcanzar cotas saludables de bienestar, autonomía y autoestima.

Lo creamos o no la discriminación social hacia las mujeres está viva, en diferente grado, aunque muchos colectivos organizados quieran convencer a la sociedad de lo contrario.

Inmaculada Asensio Fernández.