No podemos tener veinte años eternamente

Aceptar el paso del tiempo y envejecer con dignidad se está convirtiendo en la asignatura más difícil de la vida.

En un conversación reciente con una amiga a la que conozco desde hace 15 años, en cierto momento me comentó que tenía que comenzar a preocuparme por cuidar mi rostro, que ahora tenía líneas de expresión y que podía hacer algo para contrarrestar el paso del tiempo… «¿Qué crema reafirmante usas? ¿No querrás tener arrugas?»

La verdad, me sorprendió mucho el comentario, no lo esperaba -no venía a cuento- en medio de un escenario de cervezas y risas, pues sólo trataba de pasar un rato agradable y compartir un tiempo de ocio, de esos que te ayudan a seguir con la rutina y obligaciones varias. En mi caso, con la crianza, el trabajo y la tesis… ¡bastante tengo!

El comentario me pareció inoportuno, pero además comenzó a mirar mi cara con cierto escrutinio, y me dijo (por si no era poco) que tenía la cara con aspecto de estar muy cansada, y que tenía que comenzar a preocuparme por el paso del tiempo.

De camino a casa, fui reflexionando sobre esta idea de resistirse a envejecer a toda costa, valorando y evaluando a las personas en función de su aspecto físico. Es curioso lo fácil que es, también, caer en la trampa de proyectar nuestros miedos, deseos y expectativas en la persona que tenemos delante, sin tener en cuenta si nuestras palabras le caerán bien o mal. No sólo es arriesgado, sino desconsiderado.

Al día siguiente, me levanté y me miré al espejo con interés y atención, y no detecté nada en mi cara que me llevara a preocuparme, de manera que agarré mi teléfono y se lo dije: No le pasa nada a mi cara, y no pretendo tener 20 años, sino los 44 que tengo. Ella se excusó en que me había hecho el comentario por mi bien, para ayudarme (…).

¿Qué puede llevar a una persona a realizar un comentario a otra sobre el aspecto de su rostro o de su cuerpo, con la intención de que haga lo posible por parecer joven y lozana a toda costa? Este es el punto que ahora me interesa como parte de la reflexión que estoy tejiendo sobre este tema…

Toda la industria de la estética ha conseguido que no sea la publicidad ni los medios de comunicación los que eleven el nivel de exigencia, sino cualquier persona con la que te cruzas por la calle, como se suele decir. El negocio está servido a costa de la esclavitud a la que se somete a buena parte de la población, nada mas pasar la línea de los 40. Esta amiga, sin tener conciencia, ha formado parte de la cadena de transmisión de todos esos valores patriarcales que condenan a las mujeres (fundamentalmente) a valorarse a sí mismas en función de su imagen, siempre comparada con el resto de mujeres a las que no considera iguales (sororidad), sino rivales… «esta es más joven», «esta tiene mejor tipo», «esta tiene una cara más tersa y bonita», etc.

La búsqueda de la belleza, unida al valor de la juventud, es algo poco natural que nos puede empujar a terminar caricaturando nuestro rostro. Vienen a mi cabeza algunos ejemplos del famoseo que han modificado por completo su cara, en la búsqueda de la eterna juventud.

No es posible ser una joven de 44 años, pero sí ser una bella mujer madura de 44 años. El tiempo pasa para todo el mundo, y no se puede huir de esta realidad sin perder la cordura.

No es que esté en contra de la medicina estética, pero es una opción, no es una obligación. Por tanto, las personas con las que nos relacionamos afectiva y socialmente no deberían realizar diagnósticos de medicina estética (de los 20 duros) en las terrazas de los bares, sino que hay algo llamado respeto y libertad que debería estar por encima de casi cualquier comentario y apreciación gratuita.

Nunca he sido tan consciente de la discriminación social hacia el colectivo de personas mayores (+65) como ahora, ya que el edadismo ha cobrado una nueva dimensión interpretativa en este siglo XXI en el que sólo la juventud, ni siquiera la madurez, está siendo aceptada para vincularse los unos a los otros.

¿Hacia donde caminamos?

Me viene a la cabeza una película, de estas distópicas, que ví hace unos años… no recuerdo cómo se llamaba, pero sí el argumento. Todo se desarrolla en un país futurista en el que las mujeres parecen maniquíes…, hablan entre ellas sólo de belleza, y toda su vida está orientada hacia un concurso que se realiza todos los años para elegir a la mujer más bella de todas. La competición está servida y es el argumento principal (traiciones, burlas, codicia, sacrificio y fuerza de voluntad) para llegar a ese gran día. Al final me enganché a la peli, por puro aburrimiento, y aunque era un poquito bodrio, estaba expectante a ver qué sucedía ese gran día… Y efectivamente, un gran jurado eligió a la más bella, que, cuando recibió la coronación, no pudo evitar llorar de emoción: todo el esfuerzo había merecido la pena. El resto de mujeres la observaban en la distancia, desde abajo, y sentían pena, frustración y envidia…, pero la película deja entreabierta la posibilidad de que cualquiera de ellas pueda ser elegida el año siguiente. La cuestión es que todo ese proceso de coronación culmina con la siguiente imagen:

La mujer es situada en una pasarela larga y en movimiento. Está sentada en una silla que avanza para que todo el mundo la pueda admirar. Esa pasarela termina en una puerta automática que se abre y cierra sola, similar a las que permiten pasar las maletas por la cinta del aeropuerto. De este modo, la mujer avanza hacia ella, de manera que, cuando ella la alcanza, se abre para que pueda cruzar al otro lado, quedando el resto de la gente atrás… y avanzando ella sola hacia lo desconocido (representa la nueva conquista prometida); pero cuando la mujer cruza y la puerta se cierra tras ella, cuando ya nadie la ve, una enorme guillotina corta su cabeza. Ahí termina todo. Cuando terminé de verla me horroricé: ¡Todo era una mentira, pero ninguna podía volver para contarlo! Menuda moraleja.

Y me vuelvo a preguntar, ¿hacia donde caminamos?

Por Inmaculada Asensio Fernández.

¿Debe Batman acabar con la vida de El Joker? Algunas corrientes éticas pueden explicar su decisión final

De: https://www.geekmi.news/comics/5-veces-en-las-que-Joker-le-salvo-la-vida-a-Batman-20210115-0020.html

Hay diferentes posicionamientos teóricos que nos pueden ayudar a comprender muchos de nuestros pensamientos y consecuentes actos, en definitivas cuentas, de las decisiones que tomamos en la vida, seamos conscientes o no de ello. Digamos que hay una explicación filosófica que puede explicar nuestro comportamiento.
Conocer esos posicionamientos teóricos, nos lleva a desentrañar las claves de algunas de las corrientes éticas más significativas, pero lo vamos a hacer recurriendo al final de la película de Batman, en la que este benevolente personaje debe tomar la decisión más importante de su vida.
Reflexionemos desde el enfoque de la ética aplicada…, ¿debe Batman matar a Joker?
Batman es un personaje que lucha contra el crimen, y el Joker es un criminal sanguinario, desprovisto del más mínimo escrúpulo. El personaje del Joker también es conocido como El Guasón, debido a que tiene el rostro maquillado como un payaso sonriente, incluso a veces cuando habla pareciera inofensivo. Sin embargo, su arsenal de armas incluye cartas-navajas, flores de ácido y el gas de la risa, y sin duda es el mayor enemigo de Batman.
Hay un momento decisivo en una de sus películas (dibujos animados) en el que, tras una larga y dura pelea entre Batman y Joker, en la que todo apuntaba a que Batman iba a morir, se revierte la situación y es Batman el que tiene al personaje del Joker contra las cuerdas, a punto de acabar con su vida…, pero hay un segundo en el que todo cambia. El Joker está casi acabado (representa sin duda el mal en toda su extensión), pero Batman para la lucha…. parece que se pregunta:

¿Debo realmente acabar con la vida de El Joker?

Desde el punto de vista del principialismo, no debería hacerlo porque no es correcto dañar a otras personas, y este es un principio ético prima facie: no dañar (no maleficencia).
Desde el punto de vista del consecuencialismo utilitarista, no sería un mal acto, si con ello consigue salvar un buen puñado de vidas humanas. De lo que se trata es de hacer el mayor bien posible para el mayor número de personas
Desde el punto de vista de la deontología, no debería jamás matarlo, porque está prohibido, y eso es una norma moral básica e ineludible.
Desde el punto de vista de la ética de la compasión, no estaría bien que lo matara, porque la situación que presenta El Joker es el resultado de un proceso de exclusión y de marginación que se ha ido tejiendo a lo largo de su vida, en el que no ha encontrado ningún tipo de apoyo por parte del sistema, habiendo tenido una infancia verdaderamente terrible, llena de abusos y abandonos. En la actualidad sufre una importante desadaptación social y requiere, en todo caso, del apoyo de una institución psiquiátrica.
Desde el punto de vista de las éticas de las virtudes, el acto de matar al Joker afectará irremediablemente al carácter de Batman, porque lo va a convertir en un asesino, ¿acaso quiere Batman convertirse en ese tipo de persona que arrebata la vida a sus enemigos? No, y de hecho no lo hace porque es virtuoso.

La ética está normalmente presente en todas las decisiones que tomamos, aunque no seamos conscientes de ello. Lo que sucede, como casi todo en la vida, es que dependiendo del enfoque que demos al tema en cuestión, sobre el que tenemos que decidir, los argumentos será unos o serán otros, tal como sucede en el ejemplo expuesto: la decisión final de Batman.

Batman no mató al Joker, ya que no quería ser como él: un villano. Su virtud estaba, precisamente, en lo opuesto a la villanía: la decencia, la dignidad y la honestidad.

Por Inmaculada Asensio Fernández.

Fuente de inspiración para realizar esta entrada de blog:
https://ethicsunwrapped.utexas.edu/glossary/virtue-ethics?lang=es