¿Por qué no me escuchas? (II)

En la entrada de blog anterior he abordado las dificultades que subyacen al proceso de comunicación, entre las que destacan el no saber escuchar a nuestro interlocutor. Vimos que escuchar no es un proceso automático ni tampoco pasivo, sino que requiere de una actitud diligente para prestar atención a lo que la otra persona nos está contando, por tanto, requiere interpretar el mensaje y observar los elementos no verbales que la persona nos muestra cuando se expresa. Además, hicimos un repaso sobre los elementos que favorecen la escucha activa y que puedes leer AQUÍ

En esta segunda parte nos vamos a centrar en las habilidades para desarrollar la escucha activa, y que se emplean mucho en la práctica de la mediación familiar. Estas habilidades son:

  • Mostrar empatía: es necesario entender desde donde nos habla la otra persona, entender sus motivos y escuchar sus sentimientos. Es necesario colocarnos los zapatos del otro para entender todo el camino que ha andado, y cómo ha sido su vivencia. Esto no significa aceptar ni estar de acuerdo con la posición del otro, sino entenderlo y mostrarle que lo entiendes, sin juicios.

  • Parafrasear: en el transcurso de una conversación, puede resultar útil mostrarle al otro que lo estamos escuchando verificando con nuestras palabras el mensaje recibido, incluso retomando sus palabras y devolviéndoselas reduciendo la carga emocional; de este modo la persona puede tomar conciencia de otros ángulos o puntos de vista menos viscerales, y además puede darse cuenta de que la seguimos… , sin tener que suponer nada y sin malinterpretar, que es tan nocivo para comunicarse positivamente con los demás. Un ejemplo de parafrasear puede ser: «entiendo…, cuando dices que no lo soportas te refieres a que te hace daño que se vaya de la habitación y te deje con la palabra en la boca, como si no le importaras… «.

  • Resumir: a veces es conveniente introducir un pequeño resumen, cuando el otro nos cede la palabra, para mostrarle que hemos comprendido el mensaje, o incluso para pedirle aclaración sobre algún aspecto concreto… “según entiendo, tu jefe te levantó la voz y decidiste plantarle cara mostrándole claramente que te estaba faltando al respeto, y por eso te fuiste de la reunión”.

  • Reforzar al otro: puede resultar positivo emitir refuerzos o cumplidos a la otra para transmitir que de algún modo estamos aprobando lo que nos dice, estamos de acuerdo y comprendemos lo que nos dice. Un ejemplo sería: «Hiciste muy bien en hablarle claro”… «Debes ser muy buena poniendo limites».

Todas estas son habilidades que mejoran el proceso de la comunicación con los demás, y que se pueden emplear alternativamente para mostrar al otro que lo estamos siguiendo y que nos interesa lo que dice, que validamos su mensaje y cómo lo está viviendo.

Escuchando con interés mejoran mucho las relaciones con los demás, en todos los ámbitos y esferas de la vida personal y profesional.

Inmaculada Asensio Fernández.

¿Por qué no me escuchas? (I)

Imagen tomada de: https://www.istockphoto.com/es/ilustraciones/oreja-humana

Uno de los principios más difíciles de respetar en el proceso de la comunicación es saber escuchar, y precisamente es lo más importante para que verdaderamente se produzca ese fenómeno de la comunicación.

Escuchar no es un proceso automático, aunque muchas personas lo consideran así, sino que requiere de toda nuestra atención por ser requerir un esfuerzo superior al que se hace al hablar, y también al que se hace cuando se escucha sin interpretar la información que vamos recibiendo. Escuchar sin interpretar es oír, por tanto, percibir vibraciones de sonido.

Hay personas que están compartiendo un espacio de tiempo con otras y que en la conversación sólo oyen sonidos, no escuchan atentamente, y lo podemos percibir claramente porque están perdidos en la conversación: preguntan por algo que ya se ha dicho, introducen elementos en referencia a lo que se ha dicho que no tiene nada que ver, o preguntan constantemente qué hemos dicho… como despistados en medio del océano de nuestras palabras.

Escuchar es entender, comprender, y dar sentido a toda la comunicación que mantenemos con una persona, a su mensaje. Y para comprender no nos quedamos sólo con las palabras, sino que también observamos e interpretamos los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que está diciendo la persona con la que conversamos.

Hay quienes comparten tiempo con otros, pero están más pendientes de lo que quieren decir ellos, de lucirse o desahogarse, que de interesarse realmente por lo que la otra persona quiere compartir con ellos. Estos casos no son aislados…, yo conozco unos pocos, incluso entre mis propias “amistades”.

En esa necesidad de comunicar lo propio se pierde la esencia de la comunicación.

Vamos a ver algunos elementos que favorecen la escucha activa:

Interés: el interés es una disposición que nos invita a prepararnos interiormente para escuchar a la otra persona.

Atención: la curva de la atención se inicia en un punto muy alto, disminuye a medida que el mensaje continúa dado que es fácil distraerse en determinados momentos, y vuelve a ascender hacia el final del mensaje. Hay que tratar de hacer un esfuerzo especial hacia la mitad del mensaje con objeto de que nuestra atención no decaiga.

Feedback: es fundamental expresar a la otra persona que la estamos escuchando, tanto con comunicación verbal (entiendo, ah, si…), como con comunicación no verbal (contacto visual, inclinación del cuerpo, etc.).

Respeto: el respeto implica escuchar el mensaje sin atribuir características o etiquetas a la persona que lo emite, así como también implica no juzgar, no rechazar lo que el otro nos dice y no interrumpir a quién habla.      

No hables de tu libro: no debes aprovechar para meter la cuña en los momentos en los que la persona para un segundo para tomar aire. Por ejemplo, supongamos que la persona con la que estás reunida te cuenta que está mal porque no le va bien con su pareja, y tú le respondes que a ti tampoco te va bien con la tuya; en este caso no es positivo contra-argumentar lo que te ha comentado con lo que te está ocurriendo a ti, pues lo que ella necesita es ser escuchada. También es importante tener bajo control a ese personaje experto que se preocupa por dar soluciones prematuras al problema del otro, sin dejarle terminar de hablar.

Estos tips sólo son útiles si dedicamos nuestra atención a ellos y practicamos la escucha auténtica, por tanto, activa hacia el otro. Recuerda que no estamos diseñados para escuchar activamente, sino todo lo contrario, sobre todo desde que nos sumergimos de lleno en este mundo digital que ensordece todos nuestros sentidos.

Actualmente tenemos todo en contra para estar en el silencio y sostener el espacio con las personas con las que nos vinculamos. Si queremos marcar la diferencia en la calidad de nuestras relaciones, debemos esforzarnos un poco para desarrollar el músculo de la intención.

Inmaculada Asensio Fernández.

Conversar conversamos, pero… ¿cómo lo hacemos?

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Imagen tomada de: http://bernijarpa.blogspot.com.es/2011/03/prosimanente.html

 

Señala Amparo Tusón Valls (Universitat Autònoma de Barcelona) que “la conversación es una de las actividades más típicamente humana”, y es que conversar es algo que las personas hacemos casi todo el tiempo, constituyendo el vehículo de unión de las relaciones, ya sean de amistad, afectivas, profesionales o de cualquier otro tipo. De hecho, es frecuente en nuestra cultura charlar –incluso animosamente- con personas desconocidas… en la parada del bus, en el taxi, a la salida del cine, en la cola del súper o donde venga bien, y es que es un bien valioso al que recurrimos a la mínima oportunidad.

Conversar conversamos, pero ¿Cómo lo hacemos?

El arte de conversar no se basa en tener todas las respuestas a la mano, y mucho menos todas las preguntas. Conversar es hablar con otra persona alternando los turnos de palabra, de manera que cada parte tenga su momento y su lugar para expresar lo que piensa o siente. Entendemos, por tanto, que hay un intercambio entre ambas partes, y esto es un aspecto fundamental que marca la diferencia entre soportar una chapa -permitidme la expresión coloquial- y compartir honestamente y de manera enriquecedora con el otro.

Vamos a explorar tres posibles escenarios en los que pueden surgir problemas durante el transcurso de un diálogo, y de qué manera podemos afrontarlos:

Escenario 1: No te gusta lo que estoy diciendo

En lugar de reprenderme, escúchame. Dame tus argumentos, pero no trates de ridiculizarme o de restar importancia a mis palabras, no le quites valor a lo que estoy diciendo alzando tu voz sobre la mía, por mucho que no estés de acuerdo.

¿No te das cuenta que eso no es intercambiar?

Hay ocasiones en las que puedes estar convencida de que la persona que tienes delante está equivocada, no tiene razón o incluso no es capaz de entender claramente tu punto de vista. Seguro que sientes que no tiene ni idea y que tienes que mostrarle las cuatro verdades del barquero ¡Tú sí que sabes!

Pues si esto es así, ten cuidado no vaya a ser que te conviertas en pequeño ogro, y tú sin enterarte, pensando que estás haciendo brillante justicia a este tema o al otro, y desde fuera convertida en un monstruíto nacido para convencer a todos de tu sensatez y superioridad.

*Ogro

  1. 1. Ser fantástico y gigantesco parecido al hombre que se alimenta de carne humana.
  2. 2. Persona insociable, cruel o de mal carácter.

                Ej. «no se puede razonar con él porque es un ogro»

Si todos pensamos, decimos y hacemos lo mismo, no se pueden enriquecer las conversaciones. La diversidad de pensamiento y palabra es positiva, siempre que no atente contra los derechos más fundamentales de las personas, entre los cuales se incluye el respeto, y su consecuencia más directa: las buenas formas.

Escenario 2: Te mueres de ganas por exponer tu punto de vista

Cuando hago una ligera pausa para respirar, no es para que aproveches el hueco para colocar tu frase y que tomes un eterno turno de palabra. De nuevo lo necesario es escuchar, aún no estando de acuerdo con el interlocutor. Más tarde habrá tiempo para intercambiar las ideas oportunas sobre el tema en cuestión.

El manejo de los turnos de palabra no es una cuestión baladí, de hecho hay literatura abundante sobre ello. Con carácter general, cuando se da una conversación espontánea, la alternancia de los turnos de palabra no se puede planificar, pero si podemos estar pendientes (más o menos) del tiempo que llevamos hablando para no dilatarnos en exceso y al cabo de unos minutos de disertación, guardar silencio para que pueda intervenir la otra persona, sobre todo si con su gesto nos están mostrando su necesidad de expresar algo.

Esta habilidad hay que aprenderla y el primer paso para ello es ponerle toda nuestra conciencia.

Escenario 3: Lo que yo digo es una verdad absoluta y punto

No trates de adoctrinarme con verdades absolutas, más bien respeta mi libertad de pensamiento y mis ideales, más concédeme el permiso de tener una opinión contraria a la tuya.

Los hechos son hechos, y cada persona los observa desde su objetividad. En casi todo encontramos argumentos a favor y argumentos en contra… yo puedo conformar mi propia opinión, aunque no se parezca nada a la tuya.

Puedes expresar, obviamente, que no coincides conmigo, y esto está genial y es más que recomendable. Pero no trates de convencerme de tu postura.

Conclusiones:

Fórmulas hay muchas para mejorar la calidad de nuestras conversaciones, pero tras lo visto en esta entrada de blog podemos concluir que una de las premisas más efectivas para hacerlo correctamente es practicar la escucha activa, es decir, guardar silencio mientras la otra persona está hablando, pero siguiendo cerca su relato, sin perder detalle y haciéndole saber que le sigues; por ejemplo mediante tus cambios de expresión facial según lo que te están contando, mostrando asombro, risa o tristeza, según lo relatado, y asintiendo con cabeza en determinados momentos para hacerte ver que estoy contigo.

El respeto es la base de todas las relaciones, aunque no siempre se contempla este matiz. Considero que –más que una cuestión de mala fe– se trata de un comportamiento automático (incluso viciado), por tanto inconsciente, que se adquiere con el uso y abuso, pero que merece la pena observar de cerca para corregirlo.

Inmaculada Asensio Fernández