
Infografía diseñada por Inmaculada Asensio Fernández.

Infografía diseñada por Inmaculada Asensio Fernández.

Benjamín Lacombe (Edelvives) Imagen extraída de: https://goo.gl/YBN3Ki
Hay una frase célebre de Paulo Coelho que viaja de punta a punta en las redes sociales y que dice: “quédate con un amor que te dé respuestas y no problemas. Seguridad y no temor. Confianza y no más dudas”. Y es que cuando las heridas son más grandes que las alegrías compartidas en una relación de pareja, hay que plantearse decir adiós, por más doloroso que pueda parecernos.
Es triste dejar ir a la persona con la que hemos compartido experiencias, cariño, sexo, confidencias e ilusiones… pero más triste es ver cómo todo aquello que sentiste se va desmoronando, y la imagen interior que guardas de la otra persona se aleja muy mucho del ideal que habías generado cuando decidiste apostar por esa relación.
Para decir adiós a una persona a la que se ha amado hay que ser valiente, y sobre todo tener los pies en la tierra –como se suele decir. Hay ocasiones en las que el deseo de separarse está muy claro, y otras en las que sentimos que algo dentro de nosotros no quiere dejar marchar al otro, o algún rastro de lo vivido. Y en estas situaciones no conviene tomar decisiones precipitadas, pues si hay algo verdaderamente tóxico en las relaciones es terminar, para más adelante volver a intentarlo, y volver a dejarlo, y volver a intentarlo (…) en un bucle sin fin de incertidumbre y de apego que destruye la autoestima y la confianza por completo.
Decíamos, pues, que es necesario ser valiente, pero no sólo eso, además se requiere honestidad para aceptar que las alegrías ya no son tantas, y las dudas, los conflictos y las discusiones afloran por doquier. Ya no hay posibilidad de crear un futuro en común y lo único que hacemos en la relación es pasarlo mal y aguantar sinsabores. A este respecto 1Jorge Bucay y Silvia Salinas lo tienen claro:
“Las relaciones duran lo que tienen que durar, es decir, mientras impliquen crecimiento para ambos: a veces unas semanas, otras, toda una vida”.
Desde el ángulo del aprendizaje y crecimiento mutuo, cuando dos personas duran toda una vida es porque tienen claro que su compromiso y su amor está por encima de las diferencias que hayan podido surgir, máxime si han creado una familia a la que sostener y nutrir.
Hay relaciones en las que las tensiones están por encima del compromiso y del amor, propiciando el surgimiento de situaciones negativas que llevan a las personas a entrar en una discusión –cuando aún no han superado la anterior. Los problemas no se resuelven, se enquistan. Se acuestan a dormir y cada uno ocupa un rincón lejano en la cama… apagan la luz y los ojos permanecen abiertos, ahogados en un sinfín de preocupaciones e interrogantes sin respuesta: ¿hasta cuándo va a durar esta situación?
Este tipo de situaciones provocan un importante desgaste en las personas que comparten esa relación, de manera que sus intercambios se van viciando, con la consiguiente pérdida de deseo, paz interior, autoestima y de una dirección clara en esa relación.
Lo peor es que la mayor parte de los intentos por resolver el conflicto y que todo vuelva a ser como antes enturbian aún más la comunicación entre ambos, y llega un momento en el que el más mínimo contacto íntimo puede resultar incómodo, y hasta forzado.
Ese momento en el que ya no puedes generar una imagen positiva de la relación o de tu pareja, a través de la imaginación, la cosa está clara: la fractura ya está hecha.
A estas situaciones las llamo estar de resaca continua. No te llegas a recuperar de los síntomas del malentendido reciente y se inicia un nuevo ciclo de desavenencias que poco a poco nos van desgastando, hasta terminar por completo con nuestra ilusión y ganas de estar en esa relación, de manera que se va construyendo un muro invisible que separa a los supuestos enamorados.
Si ya no se confía en la posibilidad de un futuro en común o el proyecto de vida ha caído en mil pedazos, sólo queda una cosa y es soltar al otro, y soltarnos nosotros. Sin duda será un poco duro al principio, pero de ahí se sale, con el apoyo de la familia y/o amigos, o incluso con el apoyo extra de una ayuda profesional.
¿Para qué hacerse más daño alimentando algo que no va? ¿Para qué insistir en meter la cabeza por donde no cabe? Acepta que esa persona y tú ya os habéis mostrado lo necesario. Ya se puede dar carpetazo a esa historia de amor.
Si las personas se han hecho mucho daño a través de faltas de respeto, tocando las heridas del otro o incluso jugando con el valor que no se debe jugar nunca en una relación como es la confianza, hay que soltar el vínculo desde la gratitud de lo que fue, aún a pesar toda esa gama de sentimientos que acompañan a una despedida, donde no suelen faltar ni la rabia ni la tristeza.
Dependiendo de la calidad del vínculo y del tiempo invertido en la relación, ésta puede generar un vacío mayor o menor en las personas. La buena noticia es que esta sensación de vacío no dura para siempre -ni mucho menos- y es una oportunidad para trabajar tus zonas vulnerables, tus carencias y tu amor propio.
Mantenerse en la idea de aprender de la experiencia y centrarse en la autorecuperación, es seguir con el propio camino.
Cuando se produce una ruptura de pareja, se dan –al menos- dos procesos diferenciados, y cuyo tratamiento por parte de la persona padeciente es completamente distinto. Por una parte está la decisión y el acto de poner fin a la unión, y por el otro el acto de atravesar el proceso de duelo que acompaña a esa ruptura que, bien elaborado, nos prepara para abrirnos a la posibilidad de enamorarnos de nuevo.
Poner fin a la relación es una decisión que nos empuja a un camino que, en primer lugar no suele ser agradable, sino más bien todo lo contrario. Puede que incluso al inicio de este camino puedan surgir sentimientos de arrepentimiento que nos lleven a dar pasos atrás, pero merece la pena mantenerse en este lugar para quedarte con el aprendizaje necesario de la experiencia, comenzando con el convencimiento personal de que “de pena no se muere nadie”, y salir se sale; incluso pasado un tiempo prudencial podemos volver a enamorarnos incluso con una intensidad mayor que la anterior. Sobre todo porque la experiencia es un grado, y a la hora de elegir pareja se tiene mucho en cuenta lo vivido en la anterior.
* Hasta aquí la versión reducida… si te interesa el tema puedes seguir leyendo.
Dice un poema de 2Manuel Machado “tu calle ya no es tu calle, es una calle cualquiera camino de cualquier parte”. El poema de Machado me sirve para destacar lo que sucede cuando se inicia el camino de retorno a nosotros mismos al dejar una relación de pareja, y es que la otra persona pierde progresivamente protagonismo en nuestras vidas, hasta que llega un momento en que su calle es una calle cualquiera para nosotros, y camino a cualquier parte, ya que nuestra mirada ha de estar fijada en el nuevo camino que se inicia ante nosotros: la recuperación.
En los primeros momentos de la ruptura conviene recordar muy de cerca los motivos que nos han llevado a dejar esa relación, si la decisión la hemos tomado nosotros; o recordar los momentos desagradables y dolorosos que nos recordaban una y otra vez que esa relación no era sana, que nunca seríamos dichosos al lado de esta persona.
Recuerdo este punto porque suele ser frecuente que tras sentir los primeros síntomas de la pérdida del otro, comencemos a disfrazar y dulcificar lo acontecido, de manera que busquemos todas las pruebas que nos lleven a pensar que esa relación es lo mejor que nos ha pasado en la vida. Ojo, el autoengaño es un recurso macabro de la mente para que retrocedas, para que no asumas tu parte de responsabilidad y no atravesar la pérdida.
El dolor de estos primeros momentos puede llevarnos a buscar a la otra persona y a pedirle que vuelva con nosotros. Si una relación que ha terminado se da una oportunidad, desde luego es prudente dejar pasar un poco de tiempo para descubrir si ha sido fruto de la desesperación del momento de la despedida, o si realmente es una decisión razonada y no improvisada, basada en el convencimiento real de que puede funcionar, aún a pesar de la trayectoria y de los acontecimientos vividos.
Un límite tan importante y decisivo como es poner fin a una relación exige plantearse mucho las cosas, adoptar nuevos acuerdos y límites en la relación, si se opta por intentarlo de nuevo.
Luego también hay situaciones en las que las personas que comienzan a sufrir todos los síntomas de la despedida y del duelo intentan buscar atajos que los saquen de ese estado y de esa situación de dolor.
Un atajo es una senda o lugar por donde se abrevia el camino, y en temas de ruptura bien parece que hay personas que prefieren tomar atajos para no afrontar la parte más difícil del desamor: encajar y elaborar bien el fin de esta historia, el duelo.
¿Cuáles son los atajos más comunes en estas situaciones?
El más comúnmente aceptado sería el que sigue al refrán “una mancha de mora, con otra mancha se quita”, que no es ni más ni menos que buscar la manera de sustituir la relación que ya ha terminado por otra. Este tipo de comportamientos privan a la persona de la posibilidad de aprender de la relación que ha terminado, y por tanto no volver a repetir esa misma historia con la siguiente persona de la que se enamore.
Los momentos de tristeza son fundamentales para entrar en uno mismo y reflexionar, sin bien hay que reconocer que están más que denostados en nuestra cultura y por la sociedad, ya que hemos creado una especie de pánico social al dolor y a la soledad, provocando que muchas personas opten por una huída inmediata respecto a ambas cosas: la soledad y el dolor, como si de enfermedades terminales o terriblemente incapacitantes se tratara.
El temor de vernos atravesar un periodo de soledad puede llevarnos a pensar que nos vamos a quedar en esa situación para siempre, motivando forzar el proceso de recuperación cuanto antes, y de la mano de otra persona. Pero has de saber que cuando inicias una relación de pareja sin haber elaborado el duelo de la anterior “estarías sustituyendo el afecto que falta y esto podría generar una cierta dependencia”, tal como se recoge en un artículo de Beatriz G. Portalatín publicado en el 3Diario El Mundo el 15 de Abril de 2015.
Lo mejor es comenzar una relación de pareja cuando nos encontremos en una situación libre de cargas del pasado, pero sobre todo libre de resentimientos y rencores respecto a nuestra pareja anterior. Hay que reconocer que estos sentimientos no son campo abonado para que surja y florezca el verdadero amor, despojado de toda sensación de necesidad y angustia, por tanto un amor maduro y basado en la autonomía de dos personas que se encuentran y se funden en el abrazo del respeto y de la apertura a la persona que llega a nuestra vida.
La cuestión es que la relación ha terminado, no quiero coger ningún atajo pero el dolor que siento se me hace insoportable. Todo me recuerda a la persona de la que me he separado y el llanto hace acto de presencia una y otra vez.
Lo que conviene en estos momentos es apoyarse en las personas que nos quieren y con las que tenemos una buena relación, como puede ser nuestra familia o nuestros amigos. No es conveniente pasar todo el día encerrado en casa, ni lamentándose. Tiene que haber un momento para cada cosa, también para la distracción.
En un primer momento es importante hablar y desahogarnos con aquellos miembros de la familia o amigos en los que encontramos un mayor apoyo, pues el propio relato de lo sucedido y de cómo nos sentimos, nos ayuda a reelaborar lo sucedido, y a colocarnos donde nos corresponde en toda historia; pero al mismo tiempo nos ayuda a orientarnos en el maremagnun de sentimientos que nos dominan y a ordenarlo todo.
La decisión de la ruptura, sea tomada por una persona o por otra, hay que aceptarla como un acto de libertad de quién ha decidido, y en muchos casos como un acto de sentatez ante lo que no se sostiene. Siguiendo a 4Jorge Bucay “la propuesta es que yo me responsabilice, que me haga cargo de mí, que yo termine adueñándome para siempre de mi vida”. Y esto es un acto de voluntad y de auto convencimiento diario, acerca de las razones que han provocado la ruptura de esta relación, en la que yo puedo tener mi parte de responsabilidad, pero no toda la responsabilidad.
Uno de los aspectos más difíciles de encajar en la ruptura es la sensación de dependencia respecto de la persona amada. Surgen momentos de angustia y de negatividad que nos empujan a mirar atrás una y otra vez, obviando lo que nos separa y magnificando lo que nos acerca.
A este aspecto hay que ponerle mucha atención, ya que se trata de un engaño bien urdido y con los mismos síntomas físicos que provoca la abstinencia a una droga al principio de dejar de consumirla. Dicho así puede parecer exagerado, pero dentro del contexto de lo que significa ese doloroso momento, y desde el valor que supone dejar atrás algo que nos hace daño y nos atrae a partes iguales, conviene tenerlo en cuenta para –al menos- saber que lo que nos ocurre no es una especie de locura transitoria (en plan “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero”), sino que puede entrar dentro de la normalidad.
Leyendo a Eduardo Punset y su viaje al amor descubrí que los efectos físicos y psicológicos que acompañan al proceso de duelo o desamor tienen una fecha de caducidad, es decir, estamos programados para pasarlo mal durante un tiempo, pero no para quedarnos en ese lugar de manera indefinida.
Acepta que el desapego duele y que sólo se supera atravesándolo. Que no es el lugar de destino, sino sólo una estación por la que muchas personas atravesamos en algún momento de nuestra vida.
Duele el desapego
es una lucha, una gran desazon.
Grita como la droga
por la unión de dos.
Duele pensar en el otro
sentirlo en las entrañas.
Duele la imposibilidad de un futuro en común,
ni en hechos… ni en palabras.
Duele el desapego
por miles de fantasías despiertas,
obviando lo que nos separa
y magnificando lo que nos acerca.
Duele el desapego,
por la falta de coherencia,
por el peso de la obsesión,
por la rabia de la despedida
y por el maltrecho corazón.
Duele el desapego
no nos enseñan a afrontar,
que las despedidas no siempre encajan
y nos llevan a la baja,
más es cuestión de tiempo,
encontrar un mar en calma.
Duele y aún así está la conciencia
para poner todo en su sitio,
para tratarse a una misma con amor,
y avanzar sin cárceles ni condenas,
hacia la libertad.
(Poema de elaboración propia)
Autora: Inmaculada Asensio Fernández.
Referencias:
1 Bucay, J., Salinas, S. (2003) “Amarse con los ojos abiertos”. R.B.A. Libros, S.A. Barcelona
2 http://www.poetasandaluces.com/poema.asp?idPoema=1570
3 http://www.elmundo.es/salud/2014/04/09/53443ef7ca474165428b4585.html
4 Bucay, J. (2003) “El camino de la autodependencia”. Editorial Grijalbo. Barcelona
5. Punset, E. (2007) «El viaje al amor». Editorial Destino. Barcelona

Ilustración de la artista Philippa Rice
El arte de generar conversaciones positivas y nutritivas es algo que se cultiva de manera muy significativa en las relaciones de pareja estables, o por lo menos es algo que se espera de ellas. Por algo el título de la entrada de blog de hoy afirma que una pareja es una conversación, ya sea larga o corta, pues hoy día las relaciones adoptan formas diversas y los tiempos de permanencia no están tan marcados como antaño. Sin embargo, está claro que el diálogo alimenta y enriquece al amor.
De hecho, un argumento que apoya de manera directa que se produzca una ruptura de pareja es debido a la incapacidad de ambas personas para crear conversaciones con un trasfondo común, que ayuden a generar un mundo de «posibles» compartido. De este modo, cuando no se produce un verdadero encuentro con la otra persona en el acto de conversar, comienza una lenta y -a veces- invisible ruptura, envuelta en el silencio, en la distancia emocional con el otro.
Conversando creamos una vida en común – un «futurible» con la otra persona, y ser capaces de generar esa posibilidad en común es lo que aporta calidez al intercambio entre ambos, es decir: EL AMOR.
«Un matrimonio feliz es una larga conversación que siempre parece demasiado corta». André Maurois.
Hacerte responsable de tu parte en dicha conversación es lo único que puedes hacer para intentar que la relación funcione, por tanto no se trata de cambiar a nadie, sino de poner la atención en ti, en cómo te comunicas -en primer lugar contigo mismo (en tus diálogos internos o «en off»), y en segundo lugar en cómo te comunicas con el otro.
Toma un minuto para reflexionar: ¿qué te dices sobre él o ella? ¿Cómo resolvéis vuestras diferencias cuando surgen? ¿Cómo disfrutáis compartiendo el tiempo?… el hilo conductor de todo eso es una conversación… en la mesa, comentando por ejemplo qué tal ha ido el trabajo; en la cama, haciendo el amor o acariciándonos y a la vez generando diálogos de fantasía en los que perdernos; en los momentos poco gratos de la vida, acompañando, sosteniendo al otro, a veces con nuestras palabras y a veces con nuestros silencios… Y así tantas conversaciones como situaciones diversas plantea el universo de lo cotidiano.
Hay conversaciones que cambian el curso de nuestra vida, tanto por tenerlas como por no tenerlas… ¿Lo has pensado?
Autora: Inmaculada Asensio Fernández
El amor no tiene límites, rezan algunos… y claro, desde ese lugar «todo el monte es orégano«… El amor es ilimitado, en tanto no conoce de trajes ni formas, mucho menos tallas… se puede sentir con toda la fuerza de la naturaleza y de la ilusión; pero también se puede marchitar, igual que se marchita un geranio si le da mucho el sol y no se le riega. Una cosa es que el amor tenga una capacidad de expresión ilimitada, y la otra es que no tenga límite.
El amor si tiene límite, y se llama DIGNIDAD.
El amor de pareja se recoge en poemas, novelas, cuentos y canciones de todas las épocas, sociedades y culturas; sin embargo el amor propio sólo se recoge en los libros de autoayuda y en los materiales sobre autoestima y superación personal. Y es desde ese amor propio que comienza todo, desde esa llama que es valorarse a uno o una misma sobre todas las cosas.
Si una persona tiene conciencia de cuál es su valor, por encima de todas las cosas, sabrá cuidar de sí misma, protegerse ante situaciones inadecuadas o dañinas y darse el lugar que le corresponde en cualquier situación que le presente la vida.
¿Cómo te hace sentir esa relación de pareja en la que te encuentras?
Si te sientes una persona confiada, amada, valorada y respetada, la cosa tiene buena pinta. Una relación es para compartir, para crecer juntos, para tener una buena vida, un proyecto en común.
Ahora bien, si tus pensamientos y sentimientos sobre esa relación son negativos, te sientes una persona temerosa e insegura… sufres, por no mencionar sentimientos aún más dolorosos como la infravaloración, la humillación o las faltas de respeto… quizá sea hora de practicar el amor propio -como única alternativa posible- y cortar por lo sano.
Como dicen por ahí: “No me quieras tanto y quiéreme mejor”.
Erase una vez una sirena que había recuperado la fe en sí misma, razón por la cual estaba muy contenta. Erase una vez la historia feliz de un corazón que, dichoso, bailaba la danza de la autenticidad, el coraje, el amor y la magia.
Así deberían comenzar todas las historias. Así debería sentirse toda mujer y todo hombre en el planeta tierra.
(Extracto tomado de «La danza de amor de las hadas», de Rosetta Forner).
Autora: Inmaculada Asensio Fernández
Hoy escribo sobre una sombra que a veces acecha en silencio, tras la cortina de la enorme sala de las decisiones en la vida: LA DUDA.
La RAE define dudar de la siguiente manera:
dudar (Del lat. dubitāre).
1. intr. Tener el ánimo perplejo y suspenso entre resoluciones y juicios contradictorios, sin decidirse por unos o por otros. U. t. c. tr. Después de dudarlo mucho, aceptó la oferta.
2. intr. Desconfiar, sospechar de alguien o algo. Todos dudábamos de él.
3. tr. Dar poco crédito a una información que se oye. Lo dudo.
4. tr. ant. temer.
Está claro que la toma de decisiones no siempre es un proceso ágil y fácil, en el que se cuenta con la fuerza suficiente para expresar y mantener lo que se dice. La sombra aparece porque la realidad ofrece múltiples versiones sobre un mismo acontecimiento, persona, relación… y dependiendo del momento en el que nos encontremos, situación personal, estado de ánimo, grado de apoyos y demás, esa realidad se interpreta de una manera o de otra.
Hay momentos en los que nos vemos abocados a tomar decisiones sobre cuestiones en las que tenemos miedo a equivocarnos, o incluso a arrepentirnos al tomar una opción u otra. En estos momentos la persona está literalmente bajo la sombra de una duda que le impide avanzar, que la congela colapsando todas sus funciones intelectuales, cognitivas y volitivas.
Casi todos los humanos tenemos miedo por anticipado, pues el miedo a equivocarnos es propio a nuestra especie. Los animales actúan movidos por el instinto de supervivencia (o intuición), y no se cuestionan ni se preguntan por las posibles alternativas, o qué sería lo mejor para ellos en cada situación, ni mucho menos se quedan mirando aquello que dejaron atrás. No repasan pros y contras, no culpan a nadie, del mismo modo que tampoco se sienten culpables por los movimientos que realizan. Digamos que esa mente parlante con la que cuentan los humanos que repasa datos, cifras y recuerdos, no está inmersa en sus procesos de supervivencia, por tanto se ahorran multitud de quebraderos de cabeza, de las famosas vueltas y vueltas a las diferentes opciones, a «lo que habría pasado si…», a las consecuencias y a las pérdidas que a veces supone el decidir un camino entre otros tantos disponibles. Simplemente sienten y actúan. Sin más.
Los humanos somos seres vivos más complejos. Aparte de todas las funciones vitales que nos permiten autoabastecernos, además pensamos, sentimos, expresamos… Lo que no está tan claro es que a la hora de actuar se tenga en cuenta o se siga la línea del pensamiento, del sentimiento y de lo que se ha expresado. Esto se presta a diferentes interpretaciones y a veces se cae en un estado de ambivalencia que vuelve a ensombrecer a la persona ante posibles caminos u opciones.
*(Llegados a este punto recomiendo la lectura del libro «Quién se ha llevado mi queso», escrito por Spencer Johnson: https://es.wikipedia.org/wiki/%C2%BFQui%C3%A9n_se_ha_llevado_mi_queso%3F).
La RAE define ambivalencia de la siguiente manera:
1. f. Condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas.
2. f. Psicol. Estado de ánimo, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos, como el amor y el odio.
Encontrarse en un estado de ambivalencia, dependiendo del grado de importancia de la decisión a tomar, puede dejar a la persona en una situación de mucha ansiedad y tristeza a la hora de asumir sus decisiones, llegando incluso a requerir de apoyo externo para salir de esa situación, bien por parte de amistades o familiares, o bien apoyo más profesional.
Las personas no somos productos finales o acabados, sino que vamos cambiando y evolucionando constantemente. En este camino, podemos aprender a desarrollar aquellas conductas virtuosas que nos ayuden a superar nuestras limitaciones o defectos, si es que es nuestro interés.
¿Y cuál es la conducta virtuosa a desarrollar frente a la sombra de la duda?
Actuar desde una posición de coherencia interna, lo que se traduce en tomar decisiones desde la base de la no- contrariedad o sin contradicción; y además, actuar siguiendo la línea de lo que se piensa, siente y expresa, es decir, atendiendo a los propios valores, la forma de ser, así como las aspiraciones o el qué es lo que la vida espera de mí.
La RAE define coherencia de la siguiente manera:
1. f. Conexión, relación o unión de unas cosas con otras.
2. f. Actitud lógica y consecuente con una posición anterior. Lo hago por coherencia con mis principios
Alcanzar ese estado de coherencia interna y mantenerlo, es -por así decirlo- el ideal para todo ser humano. Lo que no se puede afirmar tajantemente es que en todas nuestras decisiones, sobre todo aquellas que conciernen a la administración de los afectos y las relaciones, se pueda decidir atendiendo a esa coherencia interna, sin el menoscabo de las contradicciones y de la disparidad de pensamientos, sentimientos y expresiones. O dicho de otro modo: quizá lo difícil no es hacerlo, sino mantenerlo.
La coherencia es una herramienta que nos permite comprobar si estamos bien alineados, es decir, si nuestras acciones, palabras y pensamientos están de acuerdo, si están regidos por nuestros miedos o, al contrario, conectados a algo más importante. La coherencia consigo mismo se acompaña, a menudo, por una sensación de bienestar físico; el cuerpo está relajado y los temores intelectuales apartados. Cuando somos coherentes no hay pérdida de energía, las sensaciones son agradables y positivas. Y estas sensaciones se dan aunque se eche de menos el camino por el que NO se optó. Ten en cuenta que se puede echar de menos sin ansiedad. Se puede echar de menos aceptando que lo que hemos escogido es lo mejor o más adecuado para nosotros en este momento de nuestra vida.
Las olas en los oceános están a merced de los vientos, no gozan de la independencia de una existencia propia.
Tomar conciencia de lo que es importante para mi vida ahora supone la clave para vivir en armonía conmigo misma, para no estar a merced de los vientos que soplen en cada momento. Esa es la verdadera intuición: LA CERTEZA.
A ésto yo lo llamo dicha.
Autora: Inmaculada Asensio Fernández.
Tener sintonía con una persona no es algo tan fácil como nos muestran los anuncios de refrescos o cerveza, donde abundan los colores, las canciones de moda y las risas de fondo.
La relación de pareja es un baile de a dos, en el que es necesario estar en la misma frecuencia y tener feeling, y esto se traduce en hablar un mismo lenguaje, tener gestos muy similares, un mismo estilo afectivo, así como una misma orientación en la vida.
Se nos ha insistido hasta la saciedad que los polos opuestos se atraen, sin embargo esta generalización conviene cuestionarla. Lo mismo descubres que no es del todo cierta, o no para todo el mundo.
Las personas evolucionamos constantemente, y dentro del marco de una relación de pareja, esta evolución a veces conlleva afianzar posturas, y otras a distanciarlas, a tomar otro sendero de vida diferente al compartido hasta la fecha.
¿De qué depende que se dé una circunstancia u otra?
Para responder a esta pregunta, fíjate en lo que sucede cuando bailas con otra persona:
Hay momentos en los que tomas delicadamente la mano de tu acompañante, giras al mismo son, o te abrazas a su cuerpo … con deseo, atención, alegría, o incluso a veces con paciencia, pues siempre te puede caer algún que otro pisotón y esto no tiene porqué significar que se termine el baile, pues las posibilidades de reconducir tus pasos son infinitas, sólo hace falta intención y ganas.
Tras los primeros pasos vas tomando conciencia de cuán agusto te sientes, y espontáneamente -casi sin proponértelo- vas decidiendo cómo serán tus próximos pasos…
Si estás un rato largo bailando con la misma persona, descubrirás que puede llegar un momento en que uno de los dos se canse, y desee llevar otro ritmo, o directamente le apetezca sentarse solo o sola un rato, para replantearse si quiere continuar bailando esa misma pieza contigo. El otro en consecuencia, puede que decida aminorar su paso, para ajustarlo al de su acompañante, o incluso resuelva tomar asiento junto a él y esperar; o puede que no le apetezca hacer ni una cosa ni otra, bien por aburrimiento, porque ya no le guste esa melodía o porque directamente le apetezca bailar solo, o encontrar otra pareja de baile.
¿Qué elementos son importantes para un buen baile?
La instrumentación importa… y la instrumentación es la melodía, el dejarse acariciar por lo que el otro nos aporta, «valorando lo bueno que hay en tí, que además puedo ver en mí».
La coreografía importa… y la coreografía se traduce en el buen gusto, en los detalles de la relación, en lo que se comparte, en el interés por la otra persona, los momentos que se viven día a día. La confianza de dejarse caer en el otro, y viceversa.
El movimiento importa… el ritmo, que es la empatía, la escucha, la complicidad y la atención consciente a las propias necesidades, y a las del otro: el compartir.
La expresión corporal importa… los sentimientos se trasdalan al otro a través de nuestro cuerpo, de nuestros gestos y de nuestro lenguaje, hablado o no hablado. Este elemento es bastante importante, pues gran parte del feedback que recibimos se debe a cómo nos estamos comunicando con el otro, a través de nuestras expresiones corporales y de nuestra conducta.
El color importa… y el color es el coqueteo, la risa; la alegría que se experimenta en muchos momentos con la otra persona, el ocio compartido. El interés por engalanarse para compartir momentos especiales, por gustar a tu pareja y despertar su deseo, el placer sexual.
El espacio importa… el escenario donde se comparte la vida, el calor del hogar, los nuevos paisajes visitados, los viajes, el respeto del espacio vital de cada uno.
Etc.
Las relaciones afectivas con los demás nos permiten conectar con el AMOR, que es un alimento tan vital como el aire, el agua y la comida. Concede mucho valor y sentido a la vida de quién lo porta, y de quién es capaz de reconocerlo, dentro y fuera de sí.
Luego, cuando la pareja de bailarines además tiene hijos, siempre se produce un esfuerzo mayor por sincronizar el paso con la persona amada, para mantener unida a la manada. Para ello hay que estar despiertos, y ser conscientes en cada momento del ritmo que está llevando uno y otro, vaya a ser que te sorprendas pasado un tiempo con que cada vez os cuesta más poneros de acuerdo en cuál será el próximo paso…
¿A qué ritmo estás bailando ahora… sólo o en pareja? – Buena pregunta.
Autora: Inmaculada Asensio Fernández.