La verdad cura

La verdad cura

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El temor a ser malinterpretado, juzgado o a herir los sentimientos de los demás, y que como consecuencia se alejen de nosotros, es algo que puede pasarnos en algún momento de nuestra vida, pues si hay algo que define a los seres humanos es que somos sensibles, y las reacciones y comportamientos de los demás nos afectan y nos importan.

¿Cuantas veces has reprimido una necesidad o deseo por miedo a cómo «eso» iba a ser acogido -o encajado- por los demás? Merece la pena dar una vuelta por los propios recuerdos o experiencias cercanas, para valorar seriamente la conveniencia de aprender a gestionar estas situaciones que, aunque en un primer momento pueden parecer incómodas, una vez atravesadas nos muestran que no fue para tanto, y que la ganancia de expresarnos ha sido mucho mayor: hemos ganado en fuerza y ligereza.

Comparto con mucha tristeza una noticia que he leído hace unos días, en la que se informaba que un joven de veintipocos años había cavado un hoyo en la arena de la playa, y se había metido dentro. De repente, vio subir la marea e intentó salir de él, pero sus esfuerzos fueron en vano y falleció dentro del hoyo que él mismo había cavado (…). Cuando leí la noticia no podía creerlo y lógicamente me embargó un sentimiento de fatalidad y desazón, ¿cómo era posible una situación como ésta?

Lógicamente, en este caso nos encontramos ante lo que podríamos denominar accidente, pero no son pocas las veces que -en sentido figurado- somos nosotros los que morimos (emocionalmente hablando) ahogados en los hoyos que solitos cavamos, sin querer darnos cuenta.

Decía, al principio de esta entrada de blog, que las personas somos seres sensibles, por tanto nos duelen las cosas (una mala mirada, un mal gesto, un mal comentario, un mal pensamiento, etc…). Imagina que comienza a hacerse presente la idea de que «me siento mal contigo porque no me escuchas…, porque me siento invadida por ti…, porque no me respetas…, porque deseo más espacio…, porque vas demasiado rápido… o porque vas demasiado despacio…, porque me hablas con desagrado, o porque juzgas y comentas cada decisión o paso que doy…». Sólo puedo hacer una cosa: PONER PALABRAS a lo que me está pasando, de la manera más asertiva y amable posible. De no hacerlo, podría -sin darme cuenta- estar cavando un hoyo en el que meterme, con el riesgo de que -una vez dentro- no pueda salir de él, o salga con algún daño.

Todo el mundo sabe donde empieza y donde termina su autonomía porque se siente mal, por tanto ahí está la clave para discriminar cuando es necesario tomar la palabra y expresar lo que nos está sucediendo. Para el bien común, es bueno encontrar el camino para hacer valer nuestras necesidades en un marco de trato amable, no invasivo y no paternalista… tejiendo -por tanto- la tela de lo amable.

* Unos tips sencillos para estas situaciones, pueden ser:

  • Si estás muy alterado emocionalmente, toma un poco el fresco. Aléjate de la situación para tomar perspectiva de lo sucedido. Si contemplas un punto negro en medio de una pared blanca, el tamaño del punto depende de la distancia a la que te sitúes de él.
  • No reacciones de manera inmediata. Darnos un tiempo para reflexionar sobre lo que nos sucede, incluso para contrastarlo con alguien de nuestra confianza, en aras a desahogarnos, es un punto siempre a favor.
  • No hagas una montaña de un grano de arena. Por lo general, es mucho peor imaginar el camino hacia una montaña, que caminar hacia una montaña. En nuestra imaginación las situaciones se magnifican y exageran de manera exponencial, y -como dice Byron Katie, la realidad es mucho más amable que lo que pensamos de ella.
  • La verdad cura. Esta frase me la dijo una vez mi amigo José Méndez, y no la he olvidado. La verdad, la nuestra, es la que nos hace honestos, vulnerables y auténticos. Es positivo hacerla valer compartiéndola de manera apropiada. Cuando nos resistimos a hablar sobre lo que nos hace sentir mal, las cosas pueden complicarse… digamos que toda vez que te sientes mal y no lo atiendes, de alguna manera has comenzado a cavar un hoyo… con consecuencias impredecibles.
  • Hablando de lo que sientes tú, no estás atacando ni faltando el respeto a nadie. Es cierto que no es fácil comenzar las conversaciones difíciles, pero el único secreto para mantenerlas, es encontrarnos con la persona en cuestión en un lugar neutro y tranquilo, y comenzar con la primera palabra; esto es: comenzar a hablar. Crees que no vas a poder, que no te saldrán las palabras, que el otro no te entenderá. Incluso puede que pienses que el otro se enfadará y que negará tus razones… pero no es posible negar al otro lo que considera cierto, lo que siente.

Lo que sentimos es verdad para nosotros, y sólo desaparece cuando lo comunicamos y actuamos en consecuencia.

Luego, una vez enfrentado el momento, descubres que no ha sido para tanto, y que te sientes mucho mejor que antes. Nadie ha salido dañado – o no de forma grave, más bien se respira un aire de agradecimiento por la amable honestidad compartida. Y recalco lo de amable pues no se trata de acometer un «sincericidio«, palabro que nos sirve para ilustrar esos accesos de sinceridad grotescos, malintencionados y con todo lujo de detalles innecesarios que sólo conducen al malestar y a los malos entendidos.

Siempre hay un camino para expresarnos que es limpio y ecológico: es prudente, tiene en cuenta al otro y se reparte con cuidado, para evitar daños.

  • Nada de lo que te sucede es vivido por los demás en igual intensidad.
  • Nada es tan importante.
  • Nada permanece.
  • Nada puede hacer que dos personas entren en conflicto, si una no quiere.

LA HONESTIDAD ES EL PRIMER CAPÍTULO DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA. Thomas Jefferson.

Inmaculada Asensio Fernández

Las cosas que me avergüenzan

verguenza

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¿Te sientes incómoda con frecuencia por cosas que haces o no haces? ¿Te es familiar reprimir ciertas necesidades o gustos por el qué dirán? ¿Repasas una y otra vez diálogos, frases o situaciones ya vividas… pensando cómo te habrán visto otros…?

Puede que estés siendo víctima de la vergüenza y sus consecuencias no son para tomarlas a guasa, pues -por responder a las expectativas marcadas por el entorno- te puedes ver renunciando a tus deseos y necesidades, con el correspondiente coste personal y en una actitud absolutamente complaciente para los demás, pero decididamente castrante para ti.

Por definición encontramos que una de las acepciones de la vergüenza es: “sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida, o por una humillación o insulto recibidos”. En este sentido, el sentimiento de falta de valoración e incomodidad que genera en quién lo porta, le impide actuar con resolución ante el hecho en cuestión que le ha llevado a avergonzarse.

Sentir vergüenza nos vuelve especialmente vulnerables a la opinión y juicios ajenos. Dificulta el acceso a la fuente de fortaleza y sabiduría que tenemos dentro, también llamada intuición; se trata pues, de una renuncia inconsciente a las propias capacidades para hacer lo que queremos, en pos de un sentimiento que nos devuelve al niño o niña que un día fuimos.

La vergüenza es bastante común -aunque no exclusiva- en las mujeres, de hecho la feminización de la vergüenza es un tema recurrente en las redes sociales y no son pocos los que han escrito sobre ello. A mi modo de ver, la vergüenza ha servido a lo largo de la historia como mecanismo de control y sometimiento de las mujeres al sistema dominante, el establecido por y para hombres, ya que a través de la  experimentación de este sentimiento se hace lo posible por adaptar el propio  comportamiento al marcado por el grupo, por la mayoría. Desde este punto de vista, la vergüenza se deposita en las mujeres para que tengan un comportamiento social más comedido, para que supriman la fuerza y el coraje para hacer valer sus propias necesidades y aspiraciones.

Además, parece que está grabado a fuego en el inconsciente colectivo que hay ciertas cosas por las que las mujeres deben avergonzarse… como expresar los propios deseos; finalizar una relación de pareja estable,  que un hombre la rechace  -o peor aún- la deje por otra mujer… no ser la más joven, las más bella o atractiva del grupo, etc.  El autorechazo y la culpa culminan en lo que conocemos como falta de amor propio, y es precisamente esa falta de amor la que produce una serie de síntomas como la desvalorización y autocensura ante todo aquello que pueda suponer una amenaza para la propia imagen, esa estructura construida a lo largo de los años y tras la que una persona puede decidir esconderse, a veces para siempre.

Aquí cada cual porta –al menos- una buena semilla para mejorar este planeta… y hay quiénes portan millones de ellas. Puede que tu vergüenza te impida plantar unas cuantas por tenerlas escondidas en no sé qué lugar dentro de ti, como si de ella fuese a brotar algo feo o monstruoso, algo de lo que los demás se puedan reír o puedan criticar de ti…

¡Pamplinas!

Soltémonos el pelo y mandemos la vergüenza a paseo aunque sea media hora al día… en pequeños detalles conscientes, en los propios pensamientos, en la comunicación con las personas más cercanas o como buenamente se te ocurra… de forma saludable y ecológica con tu entorno. Al cabo de 40 días haciéndolo ya habrás instaurado un nuevo software (también llamado hábito), el de la desvergüenza, aunque sea para contrarrestar el otro que lleva tantos años contigo.

Reflexiona sobre lo siguiente:

  • ¿Quién no ha cometido uno, dos, tres, cuarenta y tres… errores en su vida?
  • ¿Quién no ha asegurado algo de lo que no estaba del todo seguro?
  • ¿Quién no ha realizado promesas que no ha podido cumplir?
  • ¿Quién no ha tenido un mal pensamiento hacia algo o alguien, aunque haya sido de manera fugaz?
  • ¿Quién carece de una habilidad concreta para hacer algo? (y digo solamente una porque soy bienpensada).
  • ¿Quién no ha hecho el ridículo alguna vez en toda su vida? (aquí los y las valientes, o los que tienen sentido del humor.., seguro que pueden admitir más de una media de 20 veces).
  • ¿Quién no se ha sentido rechazado o no amado al menos un vez en su vida por alguna otra persona?

A ver… somos humanos y estas cosas pertenecen a los de nuestra especie, ¿lo tienes claro ya? En esto sí que coincido en que todos somos uno.

Inmaculada Asensio Fernández

Cuando superas tus límites con una persona, lo que queda es el rechazo

cuando superas tus limites RECHAZO

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Es bien importante en la vida conocer donde tenemos los límites, sobre todo en lo que respecta a nuestra intimidad, nuestras relaciones con los demás y nuestras decisiones. Y cuando hablo de límites me refiero a aquello ante lo que no queremos ceder o por lo que no queremos pasar, esto es: esos valores propios con los que no queremos negociar.

Toda vez que cedes ante lo que no quieres, te sometes o incluso finges o aguantas una situación inadecuada durante un periodo de tiempo… te llenas de rabia y acabas experimentando una sensación de resentimiento que no mereces sufrir, y que te impide sentir la paz y el equilibrio normal de cada día. Y esto sucede porque de algún modo entras en deuda contigo.

Ames, quieras o desees lo mejor a las personas que te rodean (familiares, amigos, compañeros del trabajo, amores, amantes, vecinos…), si superas tus límites con cualquiera de estas personas, lo único que te quedará será el rechazo. Y probablemente durante un tiempo sea la única opción posible, hasta que puedas recuperarte nuevamente a ti mismo y continuar con tu vida.

La persona más importante de tu vida eres tú.

Pasado un tiempo y ya con la lección aprendida, es decir, siendo otra persona  -no completamente nueva, pero sí completamente otra- podrás volver a mirar a esa  persona de una manera tranquila, sin emociones negativas y sin reproches, pero esto va a depender del tiempo transcurrido desde el hecho que te ha llevado a alejarte, y de la afrenta recibida.

Lo mejor siempre: conocer tus límites en diferentes situaciones y poner atención en no rebasarlos. Quien te quiera o guste de tu compañia, que se acerque desde el conocimiento del ser que eres, y desde el respeto que implica no tratar cambiarte.

Si no quiero que seas como eres, o quiero que seas como yo deseo,  lo mejor es que te deje continuar con tu vida y que me agarre con fuerza a la mía, que es la que ha de importarme sobre todas las cosas.

No obstante lo dicho, considero que el rechazo es una estación, pero nunca el destino. Lo mejor es guardar en nuestro corazón el mejor recuerdo posible de cada una de las personas con las que nos hemos cruzado en la vida. Cada persona hace lo que puede con las circunstancias que le han tocado en suerte.

La vida es hermosa para vivirla con respeto, libertad y goce… y no sólo los fines de semana, sino los máximos días del año.

Inmaculada Asensio Fernández.

 

 

Construye tu fuerza interna

fuerza interna

Cuando las cosas se tuercen en la vida, cuando atravesamos un problema  o cuando nos enfrentamos al duelo de una pérdida o de una despedida… hay ciertos recursos internos a los que merece la pena echar mano para salir adelante con el menor coste posible, y con un buen aprendizaje.

Según Jorge Bucay, en su libro El camino de la autodependencia,

“Un recurso es toda herramienta de la cual uno es capaz de valerse para hacer otra cosa; para enfrentar, allanar o resolver las contingencias que se nos puedan presentar”.

Hay muchas maneras de obtener recursos personales, pero una de las más  efectivas supone atravesar por estas situaciones -digamos poco gratas- venciendo todas nuestras resistencias a pasarlo mal o peor;  no en vano hay una frase que dice “el dolor que sientes hoy, será tu fuerza de mañana”. Y es cierto que hay determinadas fortalezas que sólo se pueden adquirir atravesando nuestras zonas más oscuras e inhóspitas, pues enfrentando una situación difícil, todo nuestro ser se pone a prueba, y exprimimos al máximo nuestro potencial de supervivencia. Ahí te das cuenta, en primer lugar,  que tienes muchas herramientas que no tenías localizadas, y es que en una situación de alerta se agudizan todos los sentidos. También te das cuenta de que hay otras herramientas que se pueden fabricar, bien contemplando cómo lo hicieron otros que ya pasaron por situaciones similares;   bien tomando como referencia los comentarios de un buen amigo o amiga que te aporte puntos de luz sobre los aspectos que te producen mayor confusión. Incluso también puedes recurrir a un o una ayudadora profesional que te ofrezca la posibilidad de rescatar nuevas formas de hacer frente a lo que tanto te preocupa.

Algunos puntos que puedes tener en cuenta en el no fácil proceso de convertirte -como diría el humanista Carl Rogers- en persona, pueden ser:

Define el problema REAL que te preocupa. 

Muchas veces nos lamentamos y sufrimos porque en nuestra cabeza nos situamos en el peor escenario posible (la mayor parte de las veces totalmente lejano de la realidad). Por eso es conveniente que sólo o con ayuda, definas de la manera más objetiva posible cuál es tu verdadero problema aquí y ahora.

Definir un problema también implica tener claro de quién es la responsabilidad de su resolución. Y esto te lo recuerdo para que te hagas responsable sólo de la parte que te corresponda, y no cargues ciegamente con las obligaciones de otros, lo tengan claro ellos o no. Cada persona ha de cargar sólo con lo suyo.

Trata de ser coherente.

La coherencia nos proporciona seguridad y un lugar importante como protagonistas de nuestra propia vida. Ser coherentes significa actuar acorde a tus pensamientos y sentimientos, de manera que sigas una misma línea que te ayude a mantenerte en una posición de equilibrio, sin actuar en tu contra ni hacerte más daño (por las contradicciones internas que puede conllevar que pensamiento, emoción y acción no estén alineados).

Fortalece tu mente.

La mente suele jugarnos malas pasadas, sobre todo cuando las cosas se ponen feas. Es bueno que no concedas crédito a todo lo que se te pasa por la cabeza cuando atraviesas un momento difícil. De verdad, no te creas todo lo que te dices en ese diálogo interno incesante. Para el flujo de pensamientos. Sal a la calle, ponte a fregar los platos o sal a hacer algo de ejercicio físico. Este es sin duda un aspecto importante, pues el desgaste emocional que sigue al calentamiento de cabeza nos deja en una situación vulnerable, y eso es justo lo que menos nos conviene.

Expresa lo que necesitas.

Pedir ayuda siempre ha sido considerado como un recurso. Si tienes pareja, algún familiar o un buen amigo-a disponible para desahogarte, puedes recurrir a ellos, pero ojo, no utilices tus relaciones sociales únicamente para descargarte cuando te sientas mal. Las personas que te quieren estarán ahí para acompañarte, eso seguro. Pero ese desahogo tiene un principio y un fin, y eso hay que tenerlo muy presente. Además, aunque lo estés pasando mal, un día puedes quedar con alguien para hablar del tema, y otro simplemente para distraerte, por ejemplo dando un paseo en grata compañía.

Expresar lo que necesitas no sólo hace referencia a desahogarte; también se refiere a que tomes del entorno todo aquello que esté disponible y te pueda ayudar en ese momento difícil. Puede ser algo tan sencillo como darte un masaje para relajarte, irte a dar un baño a la playa, pasar un fin de semana en aquel cortijo de un buen amigo, o de tu tía de Cuenca… lo que sea que te pueda hacer sentir mejor.

Intenta mantener la compostura para salir adelante.

Si bien es cierto que cuando se está jodido bien puede apetecer meterse en la cama y no salir de ella, o encerrarnos en casa para no ver a nadie, eso no nos asegura que vayamos a salir antes de este trance; más bien lo contrario, puede agudizarlo y hacerlo más lento y pesado, con el consiguiente coste de sufrimiento.

Mantener la compostura se basaría en hacerse responsable de la situación que nos azota desde el enfoque de nuestra DIGNIDAD como personas. Tenemos dignidad, lo que se traduce en que somos valiosos pase lo que pase. Las posturas que refuercen nuestro sentimiento de victimas o de personas maltratadas por la vida nos restan fuerza y PODER sobre la situación, de manera que nos dejan más volubles a la opinión ajena, y más vulnerables para afrontar la situación.

Suelta aquello que te hace sufrir o ya no te aporta.

Nadie es responsable del dolor de nadie, simplemente cuando una relación no va o marcha con muchas dificultades y mucho esfuerzo, hay que plantearse seriamente decir adiós. No se puede vivir con miedo:   https://www.youtube.com/watch?v=sS8u1f7oyhA&feature=share

Tómate un descanso o cambia de escenario.

Diferentes estudios de psicología social han demostrado el impacto del entorno en la conducta de las personas (por ejemplo el experimento de la cárcel de Stanford -1971- por el Dr. Philip Zimbardo.

El mismo Zimbardo asegura que cuando una persona que está siendo sometida a presión cambia radicalmente de entorno, es decir, sale del escenario en el que se está produciendo la situación estresante, sus síntomas se atenúan de manera casi inmediata, comenzando a alcanzar importantes cotas de recuperación.  Por este motivo, en la medida de lo posible, puedes tratar de salir del escenario habitual, aunque sea por un lapso breve de tiempo, y tomar las fuerzas que necesitas para regresar y situarte de una manera más calmada y con aplomo frente al problema.

Recuerda que el camino de la vida se compone de un amplio abanico de situaciones, pasando desde las más dulces, las normales o rutinarias, hasta las dolorosas. Gracias a todas ellas el ser humano puede evolucionar como especie para sobrevivir y permanecer aquí, con el estilo de vida social y biológica que llevamos

Y bueno, hasta aquí mis reflexiones en la entrada de blog para hoy.

Autora: Inmaculada Asensio Fernández

Fortaleza

La fortaleza, fuerza o poder personal -como lo llaman muchos- es algo que se va adquiriendo con el paso de los años, con la experiencia y con los aprendizajes que nos proporciona la vida. Es una actitud que nos protege frente a las adversidades y nos impulsa a afrontar los retos del camino.

Y ten en cuenta: «La fortaleza es un fino barniz, no un muro«.

(Inmaculada Asensio)

Fortaleza